Hoy voy a abrirme un poquito.

En los últimos 5 años he sufrido 7 pérdidas impactantes en mi vida.

El que 4 de ellas se hayan concentrado en el transcurso de este último año, precedidas de 2 años de estrés continuado de alta intensidad, han hecho que la situación sobrepasara los límites de mi gestión emocional. En resumidas cuentas, ¡¡¡He petao!!!

Además, he tenido la oportunidad de conocer de primera mano algo que ni sabía que existía. Mi psicóloga lo llamó, para mi gran asombro, “duelo anticipado”. Te puedo decir que es una especie de tortura emocional extraña y, a la vez, muy común en las personas que cuidan de otras cuyo final se sabe inevitablemente.

Pero cuando ese final llega, resulta que la cosa no es tan sencilla como “bueno, pasas tu duelo y sigues adelante”, no.

En realidad, has acumulado tanto estrés durante tanto tiempo que, al empezar a soltarlo, se producen multitud de reacciones en tu cuerpo, algunas de ellas incluso físicamente dolorosas.

Al principio un día te levantas y te duele una cosa. Dos días más tarde te deja de doler esa y empieza a doler otra, así sucesivamente hasta que empiezas a pensar que es un choteo y que tiene que ser mental porque no puede haber otra explicación. Y lo es.

Incluso, alguna de esas reacciones físicas te lleva a las urgencias de un hospital para descartar un posible problema serio. Por lo menos, cuando sales de allí con el diagnóstico de que es emocional y no de origen orgánico, lo haces más contenta que unas pascuas. Todo tiene su lado positivo.

Luego vienen los flashes de recuerdo. Cuatro pérdidas en un solo año dan para muchos flashes.

Y luego viene la gestión del cambio. Cerrar una época a veces muy larga de tu vida y comenzar otra completamente diferente.

Buah, qué bien me está viniendo escribir esto. Soltando más estrés.

Otra cosa que ocurre, es que hay una parte de tu entorno que entiende perfectamente toda esta circunstancia, con todos los matices, pero hay otra que no los llega a comprender.

Cuando estas cosas o cúmulo de cosas ocurren, si lo piensas bien, se produce un proceso de sensibilización. Sí, estás más sensible. Parece que hay situaciones que te afectan más.

Por ejemplo, donde alguien es capaz de hacer una broma, tú ves una falta de empatía enorme. Y no es que pierdas el sentido del humor, lo sigues teniendo, solo que hay cosas que dejan de hacer gracia cuando convives con ellas e implican el sufrimiento continuado de otro.

Y aquí entran en juego la incertidumbre e indefensión que se producen cuando pasas tanto tiempo intentando facilitarle la vida a alguien que sabes va a tener un desenlace final, pero este podría tardar unas horas como 3 años más. A veces, muchas de las cosas que haces no llegan a aliviar el sufrimiento o a mejorar su calidad de vida. Acabas pensando que cualquier cosa que se te ocurra no va a funcionar. No hay sensación de culpa, pero sí de indefensión. Este es un punto interesante. Parecería sencillo pensar “bueno, es que no se puede hacer más”, pero al llevar tanto tiempo metida en esa situación, se convierte en una carrera de fondo por hacer algo para mejorar su calidad de vida hasta el final. Y punto. Esto ocurre de manera involuntaria. Es como que la situación te arrastra a ello.

En fin, hace poco decía Pérez Reverte en una entrevista algo así como que hoy en día no estamos preparados para gestionar la desgracia, y tiene toda la razón. Antes se convivía mucho más de cerca con la muerte y las desgracias, estaba más normalizado. Ahora no llevamos a los niños a los entierros no vaya a ser que sufran. Pero cuando llega la situación real y cercana, de repente, no lo sabemos gestionar y se nos magnifica el sufrimiento. “Hemos olvidado que el dolor, el horror, la muerte, la tragedia, son normales”, dice Reverte, y es que forman parte de la vida de cualquier ser vivo del planeta. Nosotros no somos menos.

Y es curioso, porque una de las cosas que más ayuda a normalizar algo es hablar de ello.

una pequeña reflexión

En este proceso que llevo viviendo últimamente, una de las cosas que intento hacer, es hablar con la mayor normalidad posible sobre ello. Y me encuentro con gente que elude hablar sobre la muerte y el sufrimiento, y con otra que entra al trapo y con la que puedes exteriorizar lo que sientes. Esto, precisamente, es lo que te ayuda a normalizar una situación que, de otra manera, te puede sobrepasar. Siempre que tu interlocutor entienda este proceso como tal, y no solo como seguir la corriente con un “uy, sí, pero qué horror”.

En fin, y por qué te cuento a ti todo esto, si es un canal de perros. Pues porque, aparte de venirme muy bien escribir todo esto, resulta que he encontrado muchas similitudes con nuestros perros. Hagamos una lista:

  1. Hay situaciones que superan su capacidad de gestión emocional. Siempre puede ocurrir algo que sobrepase el umbral de tolerancia de tu perro. Un accidente, un bombazo inmediatamente por detrás del perro, un enfado excesivo e incomprensible, o muchos enfados como el anterior, una situación de maltrato continuada en el tiempo, etc.
  2. Todos somos susceptibles de acumular estrés. Y el estrés residual es muy chungo. Varias situaciones límite para tu perro, espaciadas en el tiempo, pero muy sorpresivas y de muy alta intensidad, como los petardos o cohetes en fiestas, las tormentas, etc. También hay situaciones de menor intensidad, pero que se repiten durante mucho tiempo. Por ejemplo, puede suceder que todos los días ocurra algo que al perro le resulta muy desagradable. Esto sucede con perros con baja tolerancia a la manipulación, por ejemplo, si todos los días hay que hacer algo como cepillarlo, administrarle medicación, o tienen alguna enfermedad que cursa con dolor crónico, por ejemplo. Pero ¡¡ojo!!, no solo con situaciones desagradables se acumula estrés. Con actividades supuestamente divertidas también. Y digo supuestamente porque, por ejemplo, el ejercicio mal planteado por exceso o por baja calidad, puede ser igual de perjudicial.
  3. Su estrés también tiene consecuencias físicas. Como que el pelaje pierda calidad y se caiga, problemas gastrointestinales, cambios en la química del cerebro que influyan en repentinos cambios de humor o dificultad para procesar adecuadamente la información que le llega del exterior, o dificultades para regular el sueño. La acumulación de estrés durante mucho tiempo puede llegar, al igual que a nosotros, a influir en la aparición de algunas enfermedades de tipo inmunitario. Pero el estrés no solamente se produce por acontecimientos desagradables, como decía antes. ¿Alguna vez has visto a un perro adicto a la pelota? ¿Te has fijado en cómo se comporta? ¿Crees que está disfrutando realmente? Pues no. Las adicciones generan estrés y ansiedad. Y el exceso de una actividad deportiva o que implique mucha activación, también. Cuidado con eso.
  4. Gestión del cambio. También es difícil, para la mayoría de los perros gestionar cambios bruscos en el ambiente: mudanzas, llegada de nuevos miembros a la familia, ausencia repentina de otros, cambios en los horarios que impliquen mayor ausencia de sus tutores, etc. etc. Por eso tenemos ya protocolos para ayudarles a gestionar estas situaciones.
  5. Incomprensión, por parte de su entorno, sobre lo que le está pasando al perro. Cuando concurren las circunstancias de las que vengo hablándote, pueden producirse cambios conductuales en el perro, y el humano no siempre entiende lo que pasa, por qué ha empezado a hacer pis en casa, cuando no lo hacía, por qué ladra cuando me voy, si no lo hacía, por qué ha empezado a romper cosas, si antes no lo hacía (o sí lo hacía), etc. Y a veces nos dejamos guiar por consejos no profesionales que nada tienen que ver con lo que realmente le pasa al perro y que pueden llegar a empeorar la situación. Siempre que esto ocurra, primero acude al veterinario y solicita una revisión completa, por si lo que subyace es algún problema físico, y después acude a un BUEN profesional de la conducta canina.
  6. Sensibilización. “Este perro está tonto, hasta el movimiento de una bolsa por el viento le asusta”. Bueno, el perro no está tonto, sino sensibilizado ante cualquier cosa que se mueva repentinamente y sin motivo aparente para él. Un perro puede no tener ningún problema hasta que alguien, por ejemplo, tira un bombazo detrás de él en unas fiestas. Tú quisieras matar al susodicho en el momento, sin embargo, te vas a tu casa y ya está. Pero el perro siente como si le hubieran soltado de repente en mitad de un bombardeo en una guerra, teniendo verdadero miedo por su vida. Tiembla, quiere huir y refugiarse lejos de ahí cuanto antes. A partir de ahí, como en fiestas se suceden los petardeos imprevisibles, al final le llega a asustar hasta la más inofensiva bombeta. Una bombeta es un mini explosivo que dejan tirar a los niños. Suena como un “pet” muy rápido, “pt”. Ya está sensibilizado ante cualquier ruidito parecido, aunque ocurra a kilómetros de distancia. Llegado a este punto, el perro necesita ya urgentemente de una intervención conductual para ayudarle a gestionar esas circunstancias. Afortunadamente, podemos actuar preventivamente. Y aquí vamos al siguiente punto.
  7. Sensación de indefensión. Y es que cuando el perro no consigue, repetidamente, solucionar un problema que él percibe como peligroso que le produce miedo, y no puede ni huir ni solucionarlo de otra manera, se generará una sensación de indefensión. Nada, que cualquier cosa que haga para intentar solucionar el tema no funciona. Así que, sencillamente, deja de “hacer”. Deja de intentar escapar, deja de moverse, pierde interés por todo. Y esta situación, prolongada en el tiempo, puede desencadenar una depresión. Sí, los animales de otras especies también se deprimen. Una vez más, si algo de esto le ocurre a tu perro, acude primero al veterinario para descartar algún problema físico, y luego a un especialista de la conducta canina.
  8. No estamos preparados. Muchos perros no están preparados para gestionar situaciones difíciles (mudanzas, cambios bruscos en el entorno…) y, cuando llegan, lo hacen también los problemas conductuales serios. Afortunadamente, muchos de los protocolos que tenemos hoy día para solucionar problemas, se pueden adaptar para introducirlos en programas educativos muy completos, que les den herramientas para gestionar mucho mejor esas dificultades que se les pueden cruzar en su vida.
  9. Normalizamos situaciones. Esto ocurre constantemente. Cuando una situación se reproduce muy a menudo o constantemente y no sabemos qué hacer o no queremos hacer nada al respecto, tendemos a incorporarla a nuestra vida con cierta normalidad. “Bueno, es que el perro es así”. Y es que a veces no somos conscientes de lo que esa situación perjudica día a día a nuestro perro y a nosotros. A mi perro le han atacado una vez y desde entonces, en lugar de acudir a un profesional que “nos” ayude a gestionar el miedo que se genera, ya no socializamos con otros perros y, además, cuando nos tenemos que cruzar con otro perro, si es pequeñito lo cojo en volandas, si es grande nos paramos delante del otro y le tiro de la correa y ya está. Estas dos últimas acciones empeoran la gestión del perro.

Así que, como ves, salvo en cuestiones meramente culturales, nos parecemos mucho más de lo que creíamos.

Yo busqué ayuda en los profesionales de la psicología para entender lo que me pasaba y tener herramientas para superarlo. No es fácil, requiere trabajo e implicación. Te invito a que hagas lo mismo por tu perro. Somos muchos ya los profesionales de la conducta canina que podemos ayudaros a mejorar situaciones complicadas.

Deja un comentario